Después de la confesión de nuestra fe, fuimos bautizados en Cristo. El bautismo es un testimonio de la verdad del proceso en la vida de un creyente que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). El bautismo quiere decir simbólicamente morir y resucitar. Morimos de una clase de vida y resucitamos a otra; morimos para la vieja vida del pecado, y resucitamos a la nueva vida de la gracia.

La persona que inicia el camino cristiano se compromete a una clase de vida diferente. Por eso hablamos de una nueva vida en Cristo. Pero hay más que un cambio de conducta en la vida. Hay una verdadera identificación con Jesús. Llegamos a ser sus discípulos. Él claramente establece principios y prioridades que son radicalmente distintos de los que acostumbraban a seguir.

Este punto, o meta del discipulado, es por lo menos triple.

  • Lo primero es que los discípulos desarrollan en sí un carácter semejante al de Cristo. Para ser cada vez más semejantes a su Maestro.
  • Lo segundo es la madurez espiritual. Es el discípulo maduro aquel que presenta a Jesús a otras personas, persevera en el esfuerzo por conocerlo mejor.
  • Lo tercero es el desarrollo de un estilo de vida lleno de buenas obras.

Entonces, sabemos que:

  • Somos seres con grandes posibilidades de la espiritualidad – esperamos el futuro con Cristo en el Reino de Dios.
  • Somos intelectuales – podemos pensar, razonar, resolver problemas.
  • Nos relacionamos – podemos dar y recibir amor verdadero.
  • Tenemos una conciencia moral – podemos discernir el bien del mal, lo cual nos hace responsables ante Dios.

La meta final de Dios para nuestra vida no es la comodidad sino el desarrollo de nuestro carácter. Quiere que crezcamos espiritualmente y lleguemos como Cristo. Esto no quiere decir que perdimos nuestra personalidad y que lleguemos a ser un “clon” sin inteligencia. Ser semejante a Cristo significa una transformación en la vida. El Apóstol Pablo describe la transformación en su carta a los Efesios 4:22-24

“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

Es un error pensar en una nueva vida como si quisiera decir una salud perfecta, un estilo de vida rodeado de comodidades, felicidad permanente, el alivio instantáneo de los problemas mediante la fe y la oración – en pocas palabras esperan que la vida cristiana sea fácil. No es así. Hay que pagar un precio por ser discípulo de Jesucristo. Ser seguidor de Jesús significa ejercer un humilde servicio que busca el bien de los demás. Implica a veces el sacrificio de nuestras propias aspiraciones, y aun tal vez de la propia vida.

La vida del discípulo lo llama al crecimiento en la obediencia y en la gracia. Ese crecimiento se produce cuando hacemos la voluntad del Señor. El discipulado es un viaje. Aunque todos tenemos que realizar paso a paso ese viaje, no hay por qué andar solos. Somos acompañados por los hermanos en la fe y animados por la lectura de la Palabra de Dios y la oración.
Guillermo Rawson (España, 2008)

La versión de la Biblia que utilizamos, salvo en los casos indicados, es la Reina-Valera, revisión de 1995.

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